Jugamos al juego de la vida con una ventaja, sabemos que tiene un final.
Aun así, a menudo nos dejamos llevar por la inercia viendo cómo pasan los días, cuidando de quién no vale la pena y lastimando a quién más queremos, influenciados por el qué dirán, el miedo a arriesgar y la comodidad de quedarnos en nuestra zona de confort, saltádonos las reglas básicas del juego de la vida.
Adelantamos casillas mostrando una vida que ni siquiera nos hace felices y dejándonos la piel en aparentar todo aquello que nos gustaría ser, y que en realidad no somos.
Y entonces estamos dos turnos sin tirar:
Porque la suerte no existe o sí, pero estamos demasiado distraídos en la partida anterior…
Y allí quedan pendientes abrazos y besos con nombre y apellidos, confesiones y declaraciones de amor, de tristeza, despedidas, e incluso sueños anotados en una agenda a la espera de encontrar el momento adecuado… que nunca llega.
Retrocede a la casilla de salida.
Juguemos sintiendo los cambios de sentido que da la vida, regalando nuestra mejor versión a quien nos eriza la piel, a quien nos enciende el brillo en los ojos y acompañados de quien nos coge fuerte de la mano para dar los pasos a nuestro lado y vivir los cambios de cerca.
Regalando sonrisas sin olvidar el aprendizaje del pasado.
Apartando el ego y llenando el alma y el corazón de amor propio.
Creando ahora sí, nuestra suerte, para llegar a la última casilla con las cicatrices del vivir cosidas con el efímero hilo de la felicidad.